El Banco Alimentar de Venezuela nació en diciembre, tras dos días de donaciones de parte de consumidores y de supermercados que entregaron productos descartados por problemas de empaque o etiquetado.
Proyecta beneficiar en principio a poco más de 2.500 personas, aunque el hambre afecta a casi cinco de los casi 30 millones de habitantes de este país rico en petróleo, según datos de Naciones Unidas.
Los bancos de alimentos son muy populares en el mundo, pero no existían en Venezuela, donde el gobierno lanzó en 2016 un programa que distribuye bolsas de comida a precios subsidiados en medio de una acelerada precarización de los salarios.
Hay oenegés que recolectan comida de manera particular para su propia operación. No había, sin embargo, un ‘foodbank’ que se encargara exclusivamente de acopiar alimentos para distribuirlos entre distintas organizaciones.
«Tenía que surgir un grupo de personas que entendiera cómo enlazar a todos los actores», desde la empresa privada hasta instituciones estatales de atención social, dice a la AFP la presidenta de este banco de alimentos, Marianela Fernandes, que trajo la idea desde Portugal, donde estudió un postgrado.
Venezuela cayó en un foso económico en 2013. Encadenó a partir de ese momento ocho años de recesión y cuatro de hiperinflación. Más de siete millones de venezolanos emigraron por la crisis.
Los estantes en los supermercados ya no están vacíos, como ocurría en los años de escasez de productos básicos, pero los precios son inalcanzables para muchos: más de la mitad de la población vive en la pobreza, de acuerdo con un estudio de la Universidad Católica Andrés Bello (privada), referencia frente a la opacidad en las cifras oficiales.
Expertos estiman que una compra mensual básica para una familia de cuatro personas varía entre 270 y 500 dólares, cuando el salario mínimo apenas sobrepasa el equivalente a dos dólares al mes, complementado con bonos que lo llevan a unos 130 dólares en el sector público.
«La gente está adaptándose para maximizar la ingesta alimenticia con el presupuesto que tiene», explica Omar Zambrano, economista de la firma Anova Policy Research. «El 84% de los venezolanos no tiene para cubrir la canasta» alimentaria.
Ollas populares
El banco es un mayorista que distribuye alimentos entre un orfanato, una residencia de ancianos, una fundación que atiende escuelas públicas, otra para personas sin abrigo y un hospital público psiquiátrico.
Una de esas oenegés es Santa en las Calles, que ofrece atención médica, ropa limpia, un baño y un plato de comida caliente a indigentes en un bus que recorre comunidades pobres. Otras 70 organizaciones esperan trabajar con el banco.
«Como en comedores populares. Mi número de comidas al día es variable», relata a la AFP Alan Morales, de 59 años, un ingeniero mecánico que vive en la calle desde hace 11 luego de perder su apartamento.
Brian Malavé, de 18 años, también depende de las ollas populares: come con entusiasmo el plato de frijoles negros, carne desmechada y plátanos fritos que reparten en una jornada en la barriada caraqueña de Catia.
«Todas las semanas voy a comedores, los únicos días (que no) son los fines de semana, que voy a una panadería y pido que me ayuden», señala este muchacho con problemas de drogas.
Inventario
En un papel está el pedido hecho por una de las organizaciones que participan en la iniciativa: 3 kg de arroz, 3 kg de azúcar y 16 kg de harina de maíz para hacer las tradicionales arepas.
Después de la colecta inicial, la organización recibe donaciones a diario de empresas privadas y ciudadanos de a pie.
Frutas y verduras se entregan inmediatamente a un socio para que no se pierdan, en un país en el que se desperdician más de 1,5 millones de toneladas de comida al año, según la Asociación Venezolana de Ingenieros Agrónomos.
Lo no perecedero está clasificado en un almacén.
«Todo está identificado de acuerdo a su mes de vencimiento para que todo salga cuando el alimento está en perfecto estado», explica Fernandes.