El fútbol, un deporte que une naciones y despierta pasiones, hoy es utilizado como una herramienta para encubrir y normalizar la represión en Venezuela. La participación del equipo de la Universidad Central de Venezuela (UCV) en la Copa CONMEBOL Libertadores ha desatado un escándalo que expone los vínculos del régimen de Nicolás Maduro con la institucionalización de la tortura y la persecución política.

La denuncia señala que el equipo de la UCV porta en su camiseta el sello TUN TUN, el logo de la División de Asuntos Especiales (DAE), una unidad adscrita a la Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM), institución señalada por organismos internacionales de perpetrar crímenes de lesa humanidad. Bajo el mando de Iván Hernández Dala y Alexander Granko Arteaga, la DGCIM ha sido responsable de la detención arbitraria de más de 2.000 presos políticos y el asesinato de más de 25 personas desde el 28 de julio de 2024.

El escándalo se intensifica con la presencia de Alexander Granko, hijo de Granko Arteaga, como jugador titular del equipo UCV, vistiendo la camiseta número 47. Su presencia en la Copa Libertadores simboliza la impunidad con la que operan los perpetradores de represión en Venezuela, mientras la CONMEBOL y la FIFA guardan silencio.

El logo en cuestión también es utilizado por el grupo «Team Espartanos», un conglomerado deportivo controlado por Granko Arteaga, señalado de lavar la imagen de la DGCIM y encubrir los crímenes de esta organización. La vinculación entre el fútbol y las estructuras represivas del régimen evidencia una estrategia para limpiar la imagen del Estado venezolano en un escenario internacional.
La participación de la UCV en la Copa Libertadores no es solo un hecho deportivo, sino una muestra de cómo el fútbol está siendo instrumentalizado para blanquear la represión y la tortura en Venezuela. Esta situación viola los principios éticos de la FIFA y la CONMEBOL, organizaciones que han mantenido posturas firmes contra gobiernos autoritarios en el pasado, pero que ahora parecen ignorar las denuncias sobre crímenes de lesa humanidad en el país sudamericano.
La comunidad internacional, las organizaciones de derechos humanos y los amantes del fútbol deben alzar la voz: el fútbol no puede ser un refugio para quienes perpetran el horror. La CONMEBOL debe responder y tomar acciones inmediatas para evitar que el torneo más prestigioso de América Latina sea utilizado para legitimar la tortura y la persecución política.
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El balón no debe rodar sobre la sangre de los inocentes.